El vestido era precioso. Era suave, elegante y le hacía sentir especial. Lo había llevado puesto toda la tarde anterior y estaba un poco arrugado, pero la delicadeza de la tela y la hechura del corte lo disimulaban.

Llevaba una trenza igual que la que llevaba su madre cuando se casó. Las dos tenían la misma expresión triste. Ella no estuvo en la boda de sus padres, claro, pero las fotos son bastante deprimentes. En ellas, la novia mira al vacío, rodeada de gente que no conoce y parece muy pequeña y muy sola.

Pensó en no ir. Buscar alguna excusa, un viaje de trabajo, un revisión pendiente o una presentación de algún libro. Luego se dijo a sí misma que estaba siendo absurda, así que se compró un vestido y se hizo una trenza. Además, al fin y al cabo, él también había ido a su boda (como casi todo entre ellos, se hacía a razón de venganza o despecho).

Y allí estaba. Sola. Sentada en la parte de atrás de la Iglesia, de la lado de los invitados del novio, esperando a que empezase la ceremonia. Esperando.

Llevaba toda la vida esperando.

 


He perdido 8 kilos.

Y en el camino, a mí misma.Imagen


Por eso nunca fue mi príncipe azul. Por eso no le dejé que se me llevara en su caballo blanco. Porque no era un príncipe, sino una rana. Porque no era humano, no lo era del todo.


No.

24Dic12

It doesn’t happen twice in a lifetime.


Y bueno…

22Dic12

Foto 22-12-12 22 05 28

Escribí esto cuando todavía estaba en segundo de Bachillerato y por casualidad, lo encontré este verano. A lo mejor debería sentir orgullo por una pasmosa autodeterminación; o quizás pánico por lo planificada que está mi vida. Pero lo cierto es que tengo un pleno en mi «plan de vida» y ahora… ahora… ¿debo quizás escribir otro? ¿Y qué poner?


No hay que darle importancia.
La vida sigue.
Es mejor dejarlo así.

¿Verdad que sí, sistema límbico?


Los padres de mi madre, mis avis, siempre han vivido en Barcelona. Nacieron en la guerra, pero tienen pocos recuerdos de ella; saben más de lo que vino después. Vieron como el Franquismo nacía y moría y fueron partícipes de los grandes cambios del siglo XX sin haber salido jamás de Sant Gervasi.

Mi abuelo empezó a trabajar a los 16 años por 14 pesetas mientras estudiaba en la Escola Industrial. Estamos en 1952. En teoría, escribir, hablar o pensar en catalán es un afrenta nacional. Mi abuelo debió ser un criminal, porque nunca ha dado (en sus 76 años) una palabra en castellano. No tanto porque no quiera, más bien porque no es capaz. A mí me parece adorable.

Mi abuela entró a servir a una casa de senyors de bé cuando tenía 13 años y luego se quedó con la portería del edificio modernista en el que todavía viven hoy. No tuvo oportunidad de estudiar. A su madre, que se quedó embarazada en «extrañas circunstancias» la metieron en un tren a Barcelona antes de que se llegara a conocer el caso. Carolina, que así se llamaba la señora, olvidó su gallego y aprendió catalán a marchas forzadas.  Mi avia hablará casi exclusivamente catalán. 

Mi madre nace en el 62. Su etapa universitaria (mi madre fue a la Central) está protagonizada por movimientos (y disturbios) catalanistas. Lo cierto es que esos años fueron convulsos en Barcelona, en Madrid, en Santiago y en toda España. Por cosas de la vida, mi madre se casa en Galicia y desde entonces ha hecho su vida allí. Su gallego es bastante bastante malo…, pero a mi hermana y a mí nos ha criado en catalán también.

Mis abuelos tienen poco de burgueses. El soberanismo-independentista de CiU siempre se ha ligado en Madrid a la clase adinerada y poderosa de la ciudad condal. Yo no digo que no sea así y que las ideas político-económicas del partido tengan más bien poco que ver con la izquierda. ¿Qué hacer con la manifestación de ayer? Escolar dice que «no puede ser un matrimonio a la fuerza.»  Yo no he pensado mucho en ello. En realidad me da bastante igual. Los Estados pequeños no son plato de gusto de la UE. Pero no se puede negar la fuerza de la cultura catalana. Entendamos o no catalán, todos sabemos quién es l’homo APM, hemos escuchado a Sopa de Cabra y llamamos pa amb tomàquet al pan con tomate (a no ser que hayas ido a la Cafetería de mi Colegio Mayor).

TV3, la pseudo-programación catalanista de los colegios públicos de Cataluña (¡triste pensar en las galescolas!), las intervenciones de políticos en catalán en las televisiones «nacionales», la manifestación de la Diada… ¿qué hacer con esto? Habrá quien diga que hai que deixalo estar… pero yo no creo que eso le vaya a hacer ningún bien a nuestra triste y endeble democracia.


Toda la vida he disfrutado viendo películas de terror. Cuando era pequeña, todo hay que decirlo, lo pasaba fatal. Jamás cerré los ojos ni dejé de escuchar, jamás para un film… Di unos cuantos gritos, eso sí. Se diría que disfruto sádicamente pasándolo mal, sintiéndome dentro de la historia. Nunca fui partidaria del efecto de distanciamento Brechtiano. Catarsis para todos, por favor.

Mi afición por el género nunca ha dejado de crecer. Entre mis favoritas Don’t look now, Jacob’s Ladder, The Sixth sense, The Others o títulos más recientes, como The Last House on the Left o Insidious. Casi todas tiene en común un doble juego entre realidad y ficción. Este artefacto narrativo se construye rompiendo las barreras diegéticas y cuidando muy bien la información que recibe el espectador.

Pero lo cierto es que películas clasificadas como terror se hacen a churros y la mayoría es una copia de una historia ya contada o peor, un remake de una película japonesa (señores de Hollywood, que os saliera bien la jugada con The Ring no significa nada). Pero dentro de esta nueva ola de películas, hay una que me llama la atención y que, película tras película, me hace pensar que hay algo más (un día ya os conté mi otra teoría).

Si habéis leído Otra vuelta de tuerca y os enganchó tanto como a mí, sabréis que una parte de vosotros deseaba que todo aquello hubiese sido real. Que los fantasmas estaban allí y la institutriz no ha perdido el juicio. También creímos que Joseph vivía al final de la escalera. Los espectadores y lectores de terror tenemos tendencia a creer, a admitir lo fantástico. A ver más allá de lo que aparece en esos planos cerrados tan bien realizados y tan característicos del género. Y nosotros, agarrados a nuestras butacas ¿no seríamos presa fácil para religiosos y charlatanes?… ¿Los que nos venden el perdón y la salvación eterna?

Aaaah… no. Lo cierto es que parece que admitimos mejor aquello que tiene un cierto envoltorio maligno. O sí, el mal es mucho más palpable que el bien. Creemos a un hombre capaz de cometer las peores atrocidades, pero cuando dedica su vida el bien, marchitamos su altruismo de una u otra forma. Negamos a Dios, pero el diablo forma parte de nuestro léxico diario. De ahí que han surgido una serie de títulos que, unidos al misticismo de la Iglesia Católica respecto a determinados temas, tiene en común una serie de factores:

  1. Los protagonistas son hombres y mujeres de ciencia.
  2. El fenómeno paranormal al que se enfrentan es siempre malvado.
  3. La salvación se obtiene aceptando la fe.
  4. …Aunque ese mal nunca es vencido del todo.

The Devil Inside, The Rite, The Omen, The Uninvited, Shelter, The Exorcism of Emily Rose, The Las Exorcism… son sólo algunos de los títulos a los que me refiero. A mí me gustan las corporaciones…, pero yo veo al Tea Party poniendo dinero en Hollywood para que se hagan más y más films de este estilo.


Y había algo más, algo vago e irritante. Dos puntos son inestables. Sin un ancla, nada puede evitar que vayan en direcciones opuestas. Si están unidos por una cuerda, finalmente ésta se cortará y los extremos se separarán. Si es elástica, seguirán alejándose, más y más, hasta que la cuerda llegue al límite de su tensión y las impulse de vuelta al lugar de partida con tal velocidad que no podrán evitar un choque devastador.


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